Kennedy y el lado oscuro de Camelot
El lunes se cumplieron 50 años de la noche electoral que dio la presidencia a Kennedy e inició una era que ha sido loada e idealizada pero que fue abundante en abusos de poder, excesos sexuales y relaciones turbias.- Hablamos con Jed Mercurio, autor de 'Un adúltero americano', una de las últimas obras sobre la época
JUAN CARLOS GALINDO - Madrid - 11/11/2010
- ¿Qué tiene que decirme, señor Hoover?
-Señor presidente, lamento tener que informarle de una cuestión delicada de seguridad nacional, relacionada con un alto funcionario del Gobierno.
-¿De qué se trata?
-De fornicación -dice el director.
-Ya -dice el presidente.
-El alto cargo mantiene relaciones extraconyugales inmorales.
-¿Y quién sería ese hombre? -dice el presidente.
-¿Necesita que se lo diga, señor?
-¿Me está espiando, señor?
-La Oficina se limita a realizar operaciones en defensa de la seguridad nacional, señor presidente.
-Lo que yo haga en mi vida privada no es incumbencia de la Oficina ni de usted, señor director.
El diálogo, novelado por Jed Mercurio en su obra Un adúltero americano (Anagrama, 2010), forma parte de los escasos pero intensos encuentros que el todopoderoso director del FBI durante 48 años, J. Edgar Hoover tuvo con John Fitzgerald Kennedy sobre las repetidas infidelidades del presidente de EE UU. Escarceos sexuales en suites presidenciales de hoteles de lujo, limusinas, despachos de la Casa Blanca y yates que son ahora de sobra conocidos pero que nunca afectaron a la popularidad de un mandatario que marcó una época y que mantiene la mejor imagen de la historia moderna de Estados Unidos.
"Kennedy se pudo comportar de esa manera con tantas mujeres porque al principio de los sesenta los periodistas no escribían sobre la vida privada de las figuras políticas. Parecía que era una cuestión de etiqueta masculina", comenta Mercurio en conversación con EL PAÍS.
A pesar de sus logros como mandatario, las dudas sobre el peso de estos devaneos o de sus relaciones con insignes miembros del crimen organizado como Sam Giancana, esencial en la llegada al poder de Kennedy, no tardan en aparecer. "Mi obra idealiza a JFK como político" comenta Mercurio. "Eso es fácil, porque era un joven y carismático líder que hizo muchas cosas admirables durante su presidencia. Además, su vida terminó pronto y de manera dramática. En el libro subrayo deliberadamente sus logros. Pero su vida personal era mucho menos virtuosa. Podríamos decir que lo he retratado como un santo en público y un pecador en privado. Mi idea es que el lector se cuestione cómo la opinión que tiene de él como marido afecta a su opinión como presidente".
Y desde luego esas dudas surgen cada vez que un lector, periodista o ciudadano se acerca a la figura del trigésimo quinto presidente de EE UU, un personaje sobre el que se pueden contar "ese tipo de historias que prefieres que tus hijos no conozcan", comentaba Seymour M. Hersh, mítico reportero y autor de La cara oculta de John F. Kennedy (Planeta, 1988), un libro lleno de revelaciones sobre el presidente y su relación con Marilyn Monroe y otras amantes y que supuso el despertar definitivo de la conciencia de los estadounidenses sobre la parte menos conocida del personaje.
"Kennedy era fascinante porque estaba lleno de contradicciones. Era un político moral que se comportaba de manera inmoral en lo personal", concluye Mercurio, que a pesar de haber abordado su figura con una novela, coincide sustancialmente en lo revelado por otros muchos autores.
El presidente de EE UU -Jack espalda jodida en las novelas de james Ellroy por sus continuos problemas lumbares, profusamente abordados por Mercurio, médico de profesión, en Un adúltero americano- está lejos de ser el único personaje turbio de la época. "El tiempo fue muy interesante y estaba lleno de eventos históricos y cambios sociales. Era una época glamorosa pero también llena de personajes enigmáticos como Kennedy. Glamour y enigma son una combinación fascinante", resume el autor.
El chantaje del "bastardo maricón"
Uno de esos personajes fue Hoover, el "bastardo maricón" en palabras del vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien sin embargo aparece en Oficial y Confidencial (Anthony Summers, Anagrama, 1995) como aliado esencial del director del FBI a la hora de presionar a Kennedy y chantajearle con sus devaneos sexuales. Summers traza el perfil más certero escrito sobre uno de los personajes más poderosos y turbios del siglo XX, un obseso de las escuchas, enriquecido ilícitamente, travesti en sus ratos libres, homosexual oculto y azote de los gais en público, que manejaba secretos sobre gran parte del espectro político, cultural y empresarial de EE UU, incluido, cómo no, el propio Kennedy.
Alcohólico y obsesionado porque no se conociesen sus tendencias homosexuales, que tal y como recoge Eric Frattini en CIA, Joyas de Familia (MR, 2008) había revelado al psiquiatra Marshall Ruffin, no pierde ni un segundo en presionar a Kennedy, incluso para que dimita, a raíz de su relación con Ellen Rometsch, prostituta alemana, de la que nunca se pudo probar que fuera espía de la RDA, tal y como argumentaba el director del FBI.
En su trilogía americana, James Ellroy traza otro perfil novelado pero no exento de realidad sobre Hoover que coincide con las revelaciones de Summers, quien asegura que antes de la campaña electoral que llevó a Kennedy a la presidencia, el director del organismo ya tenía una buena carpeta sobre el futuro presidente.
¿Por qué mantenerlo entonces al frente del FBI? Summers lo explica: "En el fondo, lo que tenían era temor. 'Todos los Kennedy temían a Hoover', dijo Ben Bradlee. 'A John F. Kennedy le daba miedo no volver a nombrarlo', dijo el periodista Jack Anderson. 'Lo sé porque hablé de ello con el presidente. Reconoció que había designado a Hoover porque políticamente habría sido destructivo no hacerlo".
Fin de la impunidad
"El escándalo Profumo (el ministro de Defensa británico obligado a dimitir por las revelaciones sobre su infidelidad) cambió las relaciones de los políticos con la opinión pública para siempre", nos cuenta Mercurio. El autor estadounidense relata en Un adúltero americano el fin de la inmunidad de los políticos y su vida privada frente a la sociedad. Esta es la conversación entre Harold MacMillan, primer ministro británico, y Kennedy en 1963:
-Las cosas han cambiado, Jack, casi de la noche a la mañana. Le han cogido gusto.
-¿A qué, Harold? -dice el presidente.
-Al escándalo.
Desde entonces, un aluvión de revelaciones sobre la vida de Kennedy no han conseguido empañar su figura, 50 años después de llegar al poder. Nunca sabremos cómo habría sido tratado de no haber muerto asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Poco le importó a Kennedy. "No pueden ponerme la mano encima mientras esté vivo y después de muerto, ¿a quién le importa?", aseguraba proféticamente poco antes de morir el hombre que llevó a Washington el espíritu de Camelot.